Cuenta la leyenda… que la escuela urbana en diferentes lugares funciono, en casas semi destruidas a los estudiantes albergo y un día su sede en una esquina del parque por fin se instaló, dos grandes salones, un amplio corredor y los baños de uso general tenían hasta su propio orinal, salida por un costado gradas había que utilizar y la calle así alcanzar luego de una pequeña reja atravesar.
Y justo en frente una tienda muy particular, allí de todo se podía encontrar desde un caramelo hasta la yuca para el sancocho y el mercado completar.
Dos viejas vitrinas de madera, una estantería medio deteriorada y un cancel hacían de mobiliario para los productos así exhibir, en una de sus paredes el almanaque de la cabaña un tanto amarillento junto a unos pocos afiches anticuados y rotos de adorno servían al local, en el ritual de asepsia la creolina no podía faltar y su característico olor inconfundible permaneció.
Travesuras de estudiante en aquellos tiempos, los muros saltar para una chuchería entre clases o al descanso ir a comprar, así el castigo fuese ejemplar, o un grito desde la reja para que doña Tuca en su lento caminar, la ansiedad nos pudiera saciar.
Y es que como se podían los antojos aguantar, los arrancamuelas una especie de manjar de panela y coco no podía faltar por diez centavos una manotada se obtenía para con los amigos compartir.
Supercoco el turrón con mucho coco, solo en este lugar se lograba conseguir, esta maravilla se puede comparar con un cono de chocolate, relleno de arequipe. Pero la emoción y el encanto era destorcer aquel papel verde, el cual en un solo movimiento dejaba al descubierto una joya para degustar directo al paladar.
Ella vendía millo en pelota, con ese saborcito endulzado con miel y envuelto en platico en cuyo interior una sorpresa nunca debió faltar, y desde aquellos tiempos un refrán muy popular… “le salió en un millo” cuando se quería indicar que muy fácil era de ganar.
Mogollas y panela para las onces preparar, aquella tradición con un toque especial haber alcanzado a poderlas comprar en esta tienda que siempre estas delicias frescas estan.
Para muchos la mama de los Quinteros la han de reconocer, para otros aunque no lo puedan creer el lugar de diversión, y algunos el recuerdo de picardías de infancia.
Sus últimos años, triste es recordar, la amputación de sus piernas la vida le cortó y en soledad su fin se vio llegar, porque casi nadie la fuimos a visitar, el funeral muy concurrido si fue y es que paradójicamente hay mucha gente que más bien a los muertos les gusta acompañar.